Capítulo 1

La nevada que azotaba la pequeña ciudad de Penumbra Cove aquel fatídico día de invierno no era un mero capricho de la naturaleza. Era una de esas tormentas que te hacían cuestionar si el mismísimo dios del clima había decidido divertirse un poco a costa de los mortales. Las calles, antes transitadas por los escasos habitantes de la ciudad, se habían convertido en laberintos de nieve, donde los coches yacían sepultados bajo montículos blancos, olvidados por sus dueños.

En medio de este caos gélido, se alzaba majestuoso el Hotel Desenlace Fatal, un edificio de montaña que alguna vez había sido un lugar de lujo para aquellos que buscaban un refugio elegante en las alturas. Pero en ese momento, el lujo había sido reemplazado por la sensación de atrincheramiento, ya que el hotel se había convertido en un refugio para los pocos valientes que habían decidido quedarse en la ciudad durante la tormenta.

En el vestíbulo del hotel, los huéspedes se agrupaban alrededor de la chimenea, tratando de encontrar calor y consuelo en medio del caos blanco que reinaba afuera. Entre ellos, destacaba un variopinto grupo de personajes, cada uno con su propia peculiaridad.

Hugo, un hombre de mediana edad con gafas de montura gruesa y un sombrero que parecía sacado de una película de detectives de los años 40, estaba absorto en la lectura de un libro de acertijos. Era un millonario excéntrico que coleccionaba enigmas y acertijos como otros coleccionan arte. A pesar de su apariencia algo estrafalaria, era conocido en Penumbra Cove por su generosidad y su gusto por organizar fiestas extravagantes.

Al otro lado de la chimenea, Marta, una mujer de cabello castaño y ojos centelleantes, conversaba animadamente con un grupo de personas que la rodeaban. Era una actriz en busca de su gran oportunidad en el mundo del espectáculo, y había llegado a la ciudad con la esperanza de encontrar un papel que la catapultara a la fama. Su personalidad encantadora y su risa contagiosa la habían convertido rápidamente en el centro de atención entre los huéspedes del hotel.

Pero, sin duda, el personaje que más llamaba la atención en aquel momento era Juan Morales. Este hombre de edad indefinible y aire despreocupado, se sentaba en un rincón del vestíbulo, absorto en sus pensamientos. Su cabello, una melena castaña que caía desordenada sobre su frente, le daba un aire de descuido deliberado. Pero lo que realmente destacaba era su chaqueta de cuero negro desgastada, que contrastaba con la elegancia de los otros huéspedes.

La fama de Juan Morales no provenía de la riqueza, la belleza o el prestigio social. Era famoso por haber sido el doble de voz de un famoso detective en una serie de televisión. Durante aquella época dorada de la televisión, había prestado su voz al personaje del detective Rick Steele, un investigador intrépido y siempre ingenioso que resolvía los casos más enrevesados con una rapidez impresionante.

Sin embargo, la vida real y la ficción rara vez se entrelazan de manera tan perfecta como uno podría esperar. A pesar de haber pasado años doblando las líneas ingeniosas de Rick Steele en la televisión, Juan Morales tenía una experiencia limitada en investigaciones reales. Pero eso no parecía importarle en absoluto.

Convencido de que su experiencia en la pantalla lo convertía en el candidato ideal para resolver cualquier misterio, por trivial o complejo que fuera, Juan Morales se había embarcado en una nueva carrera como detective aficionado. Había dejado atrás su vida en la gran ciudad y se había mudado a Penumbra Cove en busca de casos emocionantes que demostraran su genialidad.

Mientras los huéspedes del Hotel Desenlace se refugiaban del frío en el vestíbulo, la tormenta de nieve que azotaba afuera comenzaba a cobrar vida propia. La neblina blanca envolvía el edificio, aislándolo del mundo exterior y creando un escenario perfecto para lo que estaba por venir.

Lo que comenzó como una escapada tranquila en medio de la tormenta de nieve se tornaría en una pesadilla retorcida. Y en el epicentro de todo, el detective aficionado Juan Morales se preparaba para enfrentarse a un enigma que desafiaría tanto su ingenio como su capacidad para distinguir entre la comedia y el género policiaco. En una ciudad donde la risa era la moneda de curso legal y la absurdez la norma, Juan Morales estaba a punto de sumergirse en un mundo donde la línea entre el humor negro y la oscuridad se volvía más difusa de lo que jamás hubiera imaginado.